Por Carmen Prada
He escuchado y leído a psicólogos, que conversar en voz alta con uno mismo es propio de personas inteligentes, aunque muchos piensan que solo es propio de “chalados”, y reconozco no tener ese perfil porque no lo hago ni bajo la ducha.
Sí es cierto que conozco a contadas personas que lo practican, y doy fe que son personas diferentes, con una inteligencia y agudeza poco comunes…
Os preguntaréis, ¿dónde quieres llegar? Exactamente a que cuando exteriorizamos de algún modo lo que vivimos, y me refiero sobre todo a las preocupaciones o desgracias, todo parece menos dramático, o a lo sumo nos pesa menos “el equipaje”.
Reconozco que me complace y me enriquece escuchar a las personas, familia, amigos, conocidos, compañeros… y aunque en escasas ocasiones no me pronuncio cuando estamos en una conversación, me quedo con muchos detalles, me percato de cosas que no se dicen de viva voz, pero se hacen saber a través de una comunicación no verbal, quizá sea por defecto profesional. Hablar y escuchar nos aportan mucho, eso sí, si este ejercicio lo hacemos como debemos.
En muchas ocasiones vamos almacenando para nuestro particular baúl un montón de sentimientos, sensaciones, emociones, lágrimas, palabras, miedos, decepciones, frustraciones… Y os habéis preguntado alguna vez, ¿para qué nos sirve hacer este acopio? ¡Realmente para nada! O bueno, pensándolo un poco, para que nos pese aun más la mochila que llevamos pegada a la espalda, a la cual sin darnos cuenta ya nos hemos acostumbrado.
Muchas veces, escucho frases como “era por no molestar”, “no quería que…”, “me siento fatal si…”, “total, no ha pasado nada”, “no tenía importancia”, “es que siempre con mis problemas”… ¿Somos conscientes que en ocasiones no buscamos la ayuda que estamos necesitando solo por no mostrar nuestra debilidad? ¿No sería mejor ser más humildes y menos autosuficientes?
La Santa Teresa de Calcuta, hace años pronunció en una entrevista una de las muchas frases célebres que nos dejó. “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota” ¡Y así es! Llenamos la vida de muchas de las personas que nos rodean cuando compartimos una palabra consoladora, un abrazo que ya tardaba, un perdón que cuesta pronunciar, un dolor que tenemos amarrado al pecho desde hace tiempo, una buena noticia que hace que dos sonrían…
Eso sí, el baúl de los secretos explota por los aires cuando está tan lleno que ni un “secreto” más tiene cabida. Vamos acumulando y acumulando y en el momento que menos nos demos cuenta y por cualquier memez, saldrá a flote toda la podredumbre que llevamos dentro. Un lastre en el que encontraremos piedras, barro, basura putrefacta…, que mejor hubiera sido depurar en su momento.
Cuando explotamos, no controlamos ni con quién, ni por qué, ni el momento, ni las palabras, ni la ira… ¿Realmente pensáis que merece la pena llegar a esta situación? Yo estoy convencida que no.
Solo merece la pena guardar esos secretos, esas confesiones, esas emociones que solo nos pertenecen, si nos sirven para meditar, enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestro propios miedos, y al final, tras sacarlo todo del baúl, conseguir afrontar el presente y el futuro fortalecidos y con una sonrisa en la vida. En la nuestra seguro, y si puede ser a la vez compartida mucho mejor.
Os dejo con una canción de Laura Pausini, “Gente” ¡Disfrutadla, merece la pena!
Carmen Prada | Consultora de Desarrollo Personal y Profesional
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