Artículo publicado por Carmen Prada
A menudo escucho y leo en distintos lugares y medios que “la persona sincera, no llegará lejos…” Bueno, desde una perspectiva puramente pragmática y egoístamente utilitarista, quizá sea así en buena medida, pues vivimos rodeados de hipocresía, pero el humilde enfoque que yo prefiero darle a mi vida, en que son importantes e innegociables ciertos valores, me lleva a pensar que no hay mayor descanso que tener la conciencia tranquila y dormir sin desvelos.
Confieso que para algunas personas soy ya “mayor”, en cambio para otras aun soy “joven”, la verdad es que medir mi persona por la edad es algo que no me preocupa, ya que no va más allá de números. El desarrollo de cualquier persona se ve reflejado por su brillo interior.
Lo que sí es cierto es que con el paso de los años, y no pretendo parecer “la abuelita Cebolleta”, he podido constatar la transformación de los valores de la sociedad, tristemente a peor en la mayoría de los casos.
Cuando aun era una adolescente, mi madre a menudo y con preocupación y desconcierto me decía y no lo olvidaré, “hija, ¿por qué no tienes amigas como las demás compañeras?” Mi respuesta siempre era la misma, “mamá, prefiero estar sola que mal acompañada”. Lo cierto es que ya desde bien jovencita había muchas cosas que tenía muy claras.
Con el paso de los años, el tipo de amistades de las que te rodeas depende en gran medida del momento por el que uno esté pasando, de la personalidad de cada uno, de las aficiones que compartas… Y evidentemente, a lo largo de nuestras vidas, las amistades no siempre son las más acertadas.
En este momento de mi vida, sinceramente no sé si las amistadas me han elegido a mí o yo las he elegido a ellas, pero llega un punto en el que toda aquella persona en mi vida que no sume, me está restando, y enseguida se dan cuenta ellas mismas que están con la “persona equivocada”. Al final, con los años y las decepciones, tomamos más decisiones de las que pensamos.
Con el paso del tiempo, ya 42 años, sigo pensando del mismo modo que a mi madre respondía. Humildemente pienso que las verdaderas amistades sí existen, pero no son perfectas, como puede suceder también con las relaciones de pareja. Cuando una amistad profunda se ve trastocada por algún acontecimiento, el malestar y el dolor ponen de manifiesto lo importante que para uno mismo resulta dicha amistad, pero no siempre hacemos lo necesario por curar esas heridas.
¿Por qué llegamos a veces a que una amistad de este tipo se llegue a romper? ¿Por qué permitimos que se pueda deteriorar? ¿Por qué no hacemos nada para cambiar un malentendido? Porque queridos amigos, ¡hay una grave falta de comunicación en el más extenso sentido de la palabra!
Voy a compartir una reflexión que yo misma muchas veces me he planteado. ¿Por qué ante dos amistades verdaderas que están a punto de “quebrar”, la comunicación llega y se habla de lo que ha sucedido, y mientras que en una de esas amistades sientes como que nada ha sucedido y que todo sigue como siempre, y sin embargo en la otra sientes que ya nada es igual…? No sé si os ha ocurrido, pero si pensáis un poco quizá os deis cuenta.
Alguien a quien quiero mucho siempre me dice, “Carmen, cuando la amistad es de verdad, no hace falta que se tenga una comunicación continua, porque cuando el vínculo entre las personas es profundo, espiritual, ni el tiempo ni la distancia erosionan dicho vínculo, aunque ese tipo de amistad no es el más habitual…”
En la mayoría de las ocasiones, cuando me lo dice le muestro que no concibo así el cultivo de una amistad, pero en otros momentos me doy cuenta que es la respuesta a mi anterior pregunta, acerca de por qué hay amistades que cuando las recuperaras sientes que nada ha sucedido. Con lo que esta reflexión me hace pensar que en el segundo caso, quizá nunca llegó a ser verdadera más que en apariencia.
La sociedad se ha vuelto egoísta, egocéntrica, hipócrita, interesada…, podría seguir pero no es cuestión de hacer sangre. Y es que una ve esta falta de valores cuando rodeada de personas, una se siente sola, ¿os suena?
Reconozco ser una persona que evito pronunciar la palabra amistad frívolamente, es uno de los regalos más bellos que alguien pueda disfrutar. A lo largo de mi vida, amistades verdaderas que he tenido o tengo, se cuentan con los dedos de una mano. En cambio, amistades sin compromiso, personas con las que comparto un montón de cosas, aficiones, momentos de desconexión, un café, una ronda de vinos de la tierra, animar a mi querida S.D. Ponferradina, afortunadamente tengo bastantes, pero a veces confieso que me deja un poso de tristeza el comprobar que en algunas de estas relaciones, no en todas, hay una preeminencia de superficialidad.
Pero es que la amistad profunda, verdadera, no es algo que se pueda forzar ni aun solicitar, es algo maravilloso que surge cuando surge, como un oasis en medio del desierto de relaciones con poco calado. Porque en estos tiempos del WhatsApp y del Skype, puedes estar interconectado a cientos de personas de los cinco continentes y, sin embargo, sentirte muy solo, porque lo que no es profundo, lo que no toca el corazón, lo que no te implica como ser humano, o bien lo utilizas egoístamente –usar y tirar-, o bien es inevitable que te deje una cierta amargura interior. En cambio, tener aunque solo sea una amistad verdadera, le da un sentido totalmente diferente a la existencia, significa que estés donde estés y hagas lo que hagas nunca estarás solo, que hay en tu vida un tesoro que no se puede comprar con dinero. Pero resulta cada vez más difícil vivir algo así, pues nuestra sociedad es paulatinamente más utilitarista, epidérmica, superficial…
Sé que habré fallado muchas veces, que no tengo todo el tiempo que me gustaría para seguir cultivando la amistad, soy conocedora de mi carácter y personalidad, no soy la reina de la fiesta, lo siento si a veces lo que digo duele, pero si lo hago es porque quiero lo mejor para ti, amistad con lealtad. Pero también puedo decir que sin ti, parte de mi interior se sentiría vacío.
No quiero en mi vida falsas amistades, por ese motivo y después de 42 años, tengo que decir: “mamá, ¿qué te decía yo? Solo verdaderas, no banalidades”.
La amistad que no pide compromisos es una soledad liberada de la angustia de la soledad.
Fuente fotografía, Pinterest.com
Carmen Prada | Consultora de Desarrollo Personal y Profesional
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