Artículo publicado por Carmen Prada

Curioso el verbo prometer, desafortunado el juego que está dando en los últimos años, llamativa la facilidad y osadía con la que se pronuncia pero, ¿realmente nos hemos preguntado alguna vez qué significa este verbo? Seguramente no, para qué, ¿verdad? Pues ahí va. Según el diccionario de la R.A.E. su significado es “obligarse a hacer, decir o dar algo”. Tal cual, no hace falta que sigamos buscando el significado que nos convenga, ya sabemos la trascendencia de éste, pero todavía más importante es el significado del verbo cumplir. ¿Qué nos dice la R.A.E. al respecto? Pues nada más y nada menos que “ejecutar, llevar a efecto. Hacer lo que se debe, o a lo que se está obligado.”

Difícil, cierto, pues entonces ¿para qué tanto prometer si sabemos mientras lo hacemos que no vamos a cumplir? Porque entonces el verbo que ponemos en práctica es engañar. Y en este caso, ¿qué dice nuestra caja de respuestas? Pues lo define como “inducir a alguien a tener por cierto lo que no es, valiéndose de palabras o de obras aparentes y fingidas”, y también “dar a la mentira apariencia de verdad”.
Sorprendente, duro, complicado….no, ¡se llama realidad! ¿Para qué prometes, si no cumples y con ello engañas? Pues sí, esto es lo que sucede cuando prometemos y prometemos y seguimos prometiendo, sin medir las consecuencias.

Hemos llegado a un punto en el que es gratuito comprometerse, lo mismo lo hacemos para salir a tomar un café con un amigo sin saber si vas a poder quedar, que para entregar las películas en el vídeo club en los plazos establecidos. Nos comprometemos a alcanzar un objetivo marcado en el trabajo a sabiendas que el futuro depende de ello, con la misma ligereza con la que los líderes políticos presentan en sus programas electorales propuestas que saben no van a llevar a cabo, y lo mismo da que éstas tengan que ver con el empleo digno que con la defensa de la vida u otra cuestión de mucha o poca importancia, todo se banaliza, y si volvemos la mirada a nuestro entorno más cercano, escuchamos una y otra vez promesas como “sabes que siempre estoy”, “puedes contar conmigo”, “no volverá a suceder”, “no te preocupes, lo hago mañana”…

¿Y laboralmente? Cuánto humo se vende cuando después de un esfuerzo desmesurado y nunca pagado con el suficiente dinero se prometen aumentos de sueldo, categorías, gratificaciones…

¡Fuera caretas! Cuando hacemos todas estas promesas no cumplidas, ¿somos capaces de levantar la vista más allá de donde siempre la tenemos fijada, nuestra zona de confort, que es el ombligo? ¡Lamentablemente no!

Cuando nos metemos en la rueda interminable de prometer y engañar sin medir las consecuencias, no pensamos que nos llevamos por delante esperanzas, sueños, metas, ilusiones, compromisos, intenciones, objetivos, sentimientos, confianzas… De corazón, me parece una atrocidad. ¿Nos paramos a pensar a cuánta gente defraudamos con ello? ¿Somos conscientes de que esta práctica trae consigo funestas consecuencias, la primera y más grave de las cuáles es la erosión de la confianza entre las personas? Y después nos quejamos de que la gente se ha vuelto incrédula. Con rotunda contundencia, ¡¡normal!!

Esta dinámica social perjudica a los van con la verdad por delante, a los que hablan desde el corazón, a aquellos para los que un apretón de manos tiene más valor que un papel firmado, para los que conociendo sus limitaciones no les da vergüenza reconocerlas, a los que se resisten a renunciar a sus principios porque con ellos han logrado el mayor tesoro, que es su paz interior, a los que dan sin extender la mano para recibir, y sobre todo a aquellos que se niegan a ir con la masa, esa masa que por ignorancia o intencionadamente denigra los valores humanos, que ejerce la dictadura de la mayoría al mirar por encima del hombro a todos aquellos que no se suman, que se atreve a decidir quién y cómo debe vivir y quién no, que prejuzga por el color, por una opinión, por una creencia, que en momentos de dificultad se aprovecha de los más débiles, que no hace nada si no es por interés egoísta, que promete y sigue prometiendo a los más perjudicados lo que necesitan escuchar sin ánimo auténtico de que las cosas cambien de raíz…

Muchos roban en función de lo que pueden y muchos prometen y no cumplen en proporción a lo que está en ese momento a tiro.
Muchas veces es mejor estorbar, molestar, incordiar, dar que hablar…. ya que de este modo sentiremos que estamos vivos, que además pensamos y que no necesitamos que nadie se pronuncie por nosotros. Me repito, pero en este momento se necesita “coraje”, que dícese “impetuosa decisión y esfuerzo de ánimo, valor.” Los que quieran pintar la realidad de otro color, que lo intenten, pero que sean tan valientes como para hacerlo en “todos los ruedos”, no en los de rédito inmediato y aplauso fácil.

 

El futuro es de los valientes, sin miedo a escuchar verdades.

 

 

Carmen Prada | Consultora de Desarrollo Personal y Profesional

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